RESUMEN DE LA LECTURA LA GLORIA DE LOS FEOS

RESUMEN DE LA LECTURA LA GLORIA DE LOS FEOS

 

La lectura se trato de dos personajes Lupe y Lolo, hace ya muchos años, porque eran, sin lugar a dudas, los raros del barrio. Hay niños que desde la cuna son distintos y, lo que es peor, saben y padecen su diferencia. Son esos críos que siempre se caen en los recreos; que andan como almacén, de grupo en grupo, mendigando un amigo. Basta con que el profesor los llame a la pizarra para que el resto de la clase se desternille, aunque en realidad no haya en ellos nada risible, más allá de su destino de víctimas y de su mansedumbre en aceptarlo.

Lupe y Lolo eran así: llevaban la estrella negra en la cabeza. Lupe era hija de la vecina del tercero, una señora pechugona esférica. La niña salió redonda desde chiquitita; era patizamba, de las rodillas para abajo, las piernas se le escapaban cada una para un lado como las patas de un compás. No es que fueraborda: es que estaba mal hecha, con un cuerpo que parecía un torpedo y la barbilla saliéndose directamente del esternón.

Pasaron los años y una tarde, era el primer día de calor de un mes de mayo, vi venir Pola calle vacía a una criatura singular: era un esmirriado muchacho de unos quince años con una camiseta de color verde fosforescente. Sus vaqueros, demasiado cortos, dejaban ver unos tobillos picudos y unas canillas flacas; pero lo peor era el pelo, una mata espesa rojiza y reseca, peinada con gomina, a los años cincuenta, como una inmensa ensaimada sobre el cráneo. No me costó trabajo reconocerle: era Lolo, aunque un Lolo crecido y transmutado en calamitoso adolescente. Seguía caminando inclinado hacia delante, aunque ahora parecía que era el peso de su pelo, de esa especie de platillo volante que coronaba su cabeza, lo que le mantenía desnivelado. Y entonces la vi a ella. A Lupe. Venía por la misma acera, en dirección contraria. También ella había dado el estiró puberal en el pasado invierno. Le había crecido la misma pechuga que a su madre, de tal suerte que, como era cuellicorta, parecía llevar la cara en bandeja. Se había teñido su bonito pelo oscuro de un rubio violento, y se lo había cortado corto, así como a lo punky. Estaban los dos, en suma, francamente espantosos: habían florecido, conforme a sus destinos, como seres ridículos. Pero se les veía anhelantes y en pie de guerra.


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