Resumen acerca de la lectura El anillo de THOTH



        
RESUMEN ACERCA DE LA LECTURA EL ANILLO DE THOTH


Se trataba de un arqueólogo egipcio que comenzó a recoger materiales para una obra que lo obligaba a visitar las magníficas colecciones que tiene el museo. Fue precisamente en la última de éstas, cuando se vio envuelto en la más extraña y notable de las aventuras. Después había viajado a París y llegó tan nervioso que, aunque intentó descansar en el hotel, no pudo tranquilizarse y decidió trasladarse de inmediato al Museo  donde se dirigió rápidamente a la colección de papiros que tenía intención de consultar. Una conversación en inglés sobre las características físicas del vigilante de la sala lo hizo acercarse al individuo que realmente parecía un egipcio sacado de alguna de las pinturas que él conocía tan bien.

Luego durante un rato el lápiz del investigador corrió sobre el papel, pero al fin, rendido por el viaje, se sumergió en un sueño tan profundo en su solitario rincón detrás de la puerta que ni el ruido metálico producido por los vigilantes, ni las pisadas de los visitantes, ni siquiera el ronco estrépito de la campana al dar el aviso de cierre fueron suficientes para despertarlo. La penumbra dio paso a la oscuridad. Era cerca de la una de la madrugada cuando John Vansittart Smith recobró la conciencia. Se encontraba perfectamente despierto y recuperado. El silencio absoluto era impresionante. Estaba solo entre los cadáveres de una civilización desaparecida. De pronto sus ojos recayeron sobre el resplandor amarillo de una lámpara distante.

Y dijo  ¿Dónde está el anillo de Thoth? Eso tampoco lo sabrás nunca contestó. Giró sobre sus talones y salió de la habitación. A la mañana siguiente recibí la noticia de que el sacerdote de Thoth había muerto. Desde entonces dediqué todos mis días al estudio. Debía encontrar el sutil veneno que era más poderoso que el elixir. Parmes había dicho que su descubrimiento estaba relacionado con el anillo de Thoth. Yo tenía un recuerdo vago de aquella joya. Era un anillo grande y pesado, no de oro, sino de un metal más raro. Vosotros lo llamáis platino. Yo recordaba que el anillo tenía incrustado un cristal hueco que podía albergar algunas gotas de líquido. Era probable que hubiese guardado su precioso veneno en el interior del cristal. Apenas llegué a esta conclusión cuando, al rebuscar entre sus papeles, di con uno que confirmaba mis sospechas y sugería que en el anillo quedaba una porción que no se había usado. Se había desatado una guerra enconada contra los hicsos y los capitanes del Faraón habían quedado aislados en el desierto, con todos los cuerpos de arqueros y de caballería. Las tribus

 

de pastores cayeron sobre nosotros como plagas de langosta en un año de sequía. Cayó la ciudad. El gobernador y los soldados fueron pasados a cuchillo, y yo, junto con muchos otros, fui reducido al cautiverio. Los hicsos se habían establecido en las tierras conquistadas y su propio rey gobernaba el país. Avaris había sido reducida a escombros, la ciudad incendiada, y del gran Templo no queda más que una montaña informe de cascotes de piedra. No quedó señal alguna de la tumba de mi amada Atma. Las arenas del desierto la habían sepultado y las palmeras que señalaban el emplazamiento habían desaparecido tiempo atrás. He viajado por todas las tierras y he morado en todas las naciones. Aprendí todas las lenguas para que me ayudaran a pasar el tiempo fatigoso. ¡Pero al fin he llegado al final de todo! Me acostumbré a leer todo lo que escribían los estudiosos acerca del antiguo Egipto. Hace nueve meses me encontraba en San Francisco cuando leí un informe sobre diversos descubrimientos realizados en las proximidades de Avaris. Mi corazón dio un vuelco al leer aquello. Decía que el excavador había explorado algunas de las tumbas que se habían descubierto recientemente. En una de ellas se había encontrado una momia intacta con una inscripción en el féretro exterior. Dicha inscripción informaba que el cuerpo que contenía era el de la hija del gobernador en los tiempos de Tutmosis. El artículo decía también que al quitar el féretro exterior había quedado al descubierto un pesado anillo de platino, con un cristal incrustado, y que había sido depositado sobre el pecho de la mujer embalsamada. Así pues, era allí donde Parmes había escondido el anillo de Thoth. Aquella misma noche salí de San Francisco, me embarqué para El Cairo e investigué en dónde se encontraba el hallazgo de la momia y el anillo. Me indicaron que habían sido trasladados al Louvre. Por fin, después de cuatro mil años, me encontré en la sala egipcia con los restos de mi amada y el anillo que había estado buscando durante tanto tiempo. Pero, ¿cómo me las ingeniaría para echarles las manos encima? ¿Cómo apropiarme de ellos? Dio la casualidad que estaba vacante un puesto de vigilante. Me presenté ante el director. Le convencí de que tenía grandes conocimientos sobre Egipto, y me permitió trasladar a esta habitación los pocos efectos personales que he conservado. Ésta es la primera y última noche que paso aquí. Ésta es mi historia, Mr. Vansittart Smith. No necesito decirle nada más a un hombre de su inteligencia.

 

MENSAJE

SEGÚN ESTA LECTURA PUDE COMPRENDER QUE TODO LO QUE NOSOTROS HACEMOS EN EL TRANSCURSO DE LA VIDA NOS HES DEVUELTO Y AVECES CON CRECES

 

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