Resumen acerca de la lectura de preferencia, guapitos de cara
Resumen
acerca de la lectura de preferencia, guapitos de cara
Había
un cartero que toco el timbre
—¡Abre,
Riqui!
—¡No
puedo, mamá! ¡Hace mucho frío!
—¡Mecachis
con el frío! —se quejaba la madre. Y
gritaba,
dirigiendo la voz hacia el piso superior—. ¿Bajas a abrir,
Silvia?
Silvia estaba muy concentrada, leyendo el primer volumen de. En busca del
tiempo perdido de Marcel Proust, prodigiosa obra maestra de la Literatura
Mundial, con la que ya llevaba tiempo bregando por descifrarla. Volvieron a
llamar a la puerta y se oyó a la madre desgañitándose desde la cocina:
—¡¿Es
que nadie puede ir a abrir la puerta?! ¡Silvia!
Silvia
puso las gafas sobre el libro, como contrapeso para no
perder
el punto, salió de su sanctasanctórum6
y bajó
a la planta.
—¿No
oyes que llaman? —le preguntó a Riqui.
—Hace
demasiado frío y soy pequeño —contestó él, sin dejar
de
pedalear.
Por
eso, al llegar al quiosco, merodeó furtivamente a su alrededor, como si en vez
de pagar por la revista se propusiera robarla. La portada brillaba con luz
propia. Era la más chillona de todas. Un pazguato con sonrisa (seguramente un
cantante aullador de moda) mostraba sus dedos abiertos en una V de victoria.
Con movimiento rápido y furtivo, Silvia se apoderó de uno de los ejemplares. En
un susurro, le preguntó al vendedor cuánto tenía que pagar por aquella especie
de acción abyecta. El vendedor redijo el precio en voz más alta de lo que a
ella le pareció prudente y Silvia se desprendió de las monedas como si
estuvieran sucias y pudieran transmitirle alguna enfermedad incurable. Ocultó
la revista bajo el anorak y volvió a pedalear sobre la bicicleta, a toda velocidad.
No pudo aguantarse hasta llegar a casa. Se desvió a mitad de camino, bajo un
árbol protector, abrió el ejemplar con manos temblorosas, buscó en el índice y
localizó la sección De Corazón a Corazón. Su anuncio era el primero de todos.
—¡Por
Júpiter! —repitió—. Por Júpiter, por Júpiter, por Júpiter. De
preferencia,
guapitos de cara.
La
frase se le clavó como una flecha. Pensó en la multitud de
adolescentes
que, desde primeros de mes, habría comprado aquel libelo
y habría
leído aquel anuncio, y se sintió abrumada por la ignominia. Y se
preguntó
cuántos de aquellos lectores debían de conocerla, cuántos debían
de ser
compañeros del Instituto, tal vez compañeros de clase, y deseó
fundirse
y reaparecer en las Antípodas. Por Júpiter, cuántas miradas, cuántas
risitas,
cuántos gestos no se habrían cruzado a sus espaldas. Cuántas burlas,
cuántos
rumores, cuánto escarnio.
Montó
de nuevo en la bicicleta, buscó una cabina telefónica y se metió
en
ella. El número de la redacción de Todo Corazón constaba en la
misma
revista. Una educada voz de mujer madura (¡¡¡¿qué hacía una mujer
madura
en aquella revista depravada?!!!) respondió.
—De
Todo Corazón, dígame.
no ayuda solo es copie y pegue
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