Resumen acerca de la lectura la casa nueva
Resumen acerca de la lectura la casa nueva
Claro que no creo en la
suerte, mamá. Ya está usted como
mi papá. No me diga que
fue un soñador; era un enfermo
—con el perdón de usted—.
¿Qué otra cosa? Para mí, la
fortuna está ahí o, de
plano, no está. Nada de que nos
vamos a sacar la lotería.
¿Cuál lotería? No, mamá. La
vida no es ninguna
ilusión; es la vida, y se acabó. Está
bueno para los niños que
creen en todo: “Te voy a traer
la camita”, y de tanto
esperar, pues se van olvidando.
Aunque le diré. A veces,
pasa el tiempo y uno se niega a
olvidar ciertas promesas;
como aquella tarde en que mi
papá me llevó a ver la
casa nueva de la colonia Anzures.
El trayecto en el camión,
desde la San Rafael, me pareció diferente, mamá.
Como si fuera otro... Me
iba fijando en los árboles —se llaman fresnos, insistía
él—, en los camellones
repletos de flores anaranjadas y amarillas —son girasoles y
margaritas—, decía.
Miles de veces habíamos
recorrido Melchor Ocampo, pero nunca hasta
Gutemberg. La amplitud y
la limpieza de las calles me gustaban cada vez más. No
quería recordar la San
Rafael, tan triste y tan vieja: “No está sucia, son los años”,
repelaba usted siempre,
mamá. ¿Se acuerda? Tampoco quería pensar en nuestra
privada sin intimidad y
sin agua.
Mi papá se detuvo antes de
entrar y me preguntó: —¿Qué te parece? Un sueño,
¿verdad?
Tenía la reja blanca,
recién pintada. A través de ella vi por primera vez la casa
nueva... La cuidaba un
hombre uniformado. Se me hizo tan... igual que cuando
usted compra una tela:
olor a nuevo, a fresco, a ganas de sentirla.
Abrí bien los ojos, mamá.
Él me llevaba de aquí para allá de la mano.
Cuando subimos me dijo:
—Ésta va a ser tu
recámara.
Había inflado el pecho y
hasta parecía que se le cortaba la voz de la emoción.
Para mi solita, pensé. Ya
no tendría que dormir con mis hermanos. Apenas abrí una
puerta, él se apresuró:
—Para que guardes la ropa.
Y la verdad, la puse allí,
muy acomodadita en las tablas, y mis tres vestidos
colgados, y mis tesoros en
aquellos cajones. Me dieron ganas de saltar en la cama
del gusto, pero él me
detuvo y abrió la otra puerta:
—Mira —murmuró—, un baño.
Y yo me tendí con el
pensamiento en aquella tina inmensa, suelto mi cuerpo
para que el agua lo
arrullara.
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